Paraíso viajero para el autocaravanista
Hay trayectos que parecen hechos para disfrutar del verano de verdad, sobre todo si se recorren en autocaravana. Eso nos dará opción a ver despertarse el sol desde primera línea de playa, acostarnos bajo cielos estrellados con el ruido del mar de fondo, abrir la puerta de nuestra casa rodante en medio de una especie de paraíso o cocinar un menú para gourmets en lo alto de una montaña con vistas a una estupenda postal rodeados de acantilados. Es parte de lo que ofrece el sur de Portugal, que a partir de septiembre comienza a despejarse dejando más espacio a los viajeros poco amigos de las aglomeraciones turísticas. Y es precisamente en esa época cuando el Algarve casi no tiene rivales a su nivel.
Recorrer el trayecto de unos 160 kilómetros que une Vila Real de Santo Antonio, en la frontera con la provincia Huelva, y Sagres, en la “barbilla” portuguesa, es una aventura perfecta para cualquiera, pero sobre todo para los amantes de buenas playas y estupendas panorámicas. Siempre es una opción improvisar ruta saliendo desde Vila Real de Santo Antonio por la N125, la carretera que recorre toda la costa del Algarve, e ir parando donde surja. Pero para los que prefieran ir a tiro hecho, estos son algunos de los imprescindibles:
Tavira. Se puede hacer alguna parada antes de llegar a Tavira, por ejemplo en la playa de Altura, pero si no hay mucho tiempo seguramente es mejor emplear el que tengamos en esta joya del Algarve que pocos se cansan de recorrer una y otra vez. A pesar de que casi siempre está llena de turistas, esta antigua ciudad árabe mantiene un ritmo de vida tranquilo donde las tradiciones portuguesas asoman en cada esquina, dejando a la vista una original arquitectura. Y además, las espléndidas playas de Ilha de Tavira, para las que tendréis que coger un barco, están protegidas por pertenecer al Parque Natural de la Ría Formosa. Una suerte porque están impecables.
Olhao. Un poco más al oeste, unos 10 kilómetros antes de llegar a Faro, otra parada imprescindible para los amantes de lo auténtico es la del pueblo de Olhao, que incompresiblemente no acoge muchos turistas. Callejear por el mercado y el barrio de pescadores de esta villa marinera es una experiencia que merece mucho la pena.
Faro. Aunque la palabra “tranquilo” no puede asociarse a la bulliciosa ciudad de Faro, puerta de entrada al Algarve para quienes llegan en avión, en Faro también se puede encontrar la calma si nos desviamos del recorrido tradicional (la catedral y el pequeño casco antiguo) y vamos directamente a su mercado, donde se puede ver la esencia de los vecinos lusos en plena acción.
Albufeira. Para la mayoría, esta conocida ciudad de Portugal es demasiado turística. Sin embargo eso no tiene por qué impedirnos visitarla para recorrer algunas de las playas más originales del Algarve, con preciosas formaciones rocosas que dan su propia personalidad a cada una. Entre ellas están la de Gale, la de Castelo, la de Coelha, la playa de São Rafael, la de Vigia… Aunque en pleno agosto es una locura intentar plantar la toalla, a partir de septiembre el panorama cambia.
Lagos. Si queréis ver delfines o pescar, las espectaculares playas de Lagos son el lugar perfecto para ello. También cuenta con parques acuáticos, zoológicos, rutas de senderismo, monumentos históricos… Para todos los gustos.
Portimao. Aquí se encuentra la famosa Praia da Rocha, una de las más fotografiadas y visitadas del Algarve, entre otras razones porque está respaldada por acantilados rojizos que le dan un toque diferente y ofrecen una imagen de postal.
Vila do Bispo. Ya estamos en la barbilla portuguesa, también conocida como la capital del percebe También aquí comienza el Parque Natural de la Costa Vicentina, seguramente la zona de Portugal con mejores playas, todas ellas de arena fina y aguas transparentes. Un buen ejemplo, pero no el único, es la alucinante playa de Carrapateira, algo más al norte.
Sagres. Ya solo nos queda bajar unos kilómetros para visitar Sagres, el lugar que da nombre a una de las cervezas más conocidas de Portugal y que acoge una fascinante fortaleza. Y ya que estamos aquí hay que bajar un poquito más para visitar el Cabo de San Vicente, una auténtica joya para los amantes de la naturaleza – en especial de los acantilados – que no tiene desperdicio.